Fiestas Patronales de San Isidro, 11 al 19 de mayo de 1985 |
Las
fiestas de San Isidro se han convertido en un claro exponente de la “movida”
madrileña. Veintisiete actividades diferentes que incluyen un centenar de
actuaciones musicales, forman parte del programa de este año, cuyo éxito parece
garantizado a juzgar por la masiva participación en los festejos habida durante
los dos primeros días de juerga. La invitación del alcalde Enrique Tierno
Galván —“¡todos a la calle!”—, hecha desde la Plaza Mayor el pasado sábado 11,
ha surtido efecto.
[VILLA
DE MADRID. Informativo quincenal. Editado por el Ayuntamiento de Madrid. 15 de
mayo de 1985. Número 68]
Conciertos de San Isidro
Maria
Bethânia y Caetano Veloso
Palacio
de Deportes
Madrid,
19 de mayo de 1985
19/5/1985 - Caetano Veloso and Maria
Bethania in concert. The Brazilian brothers Veloso-Bethânia in a concert during Saint Isidro Feasts [Photo by Quim Llenas/Cover/Getty Images] |
ABC
ESPECTÁCULOS
Domingo 19/5/1985
Página 85
María Bethânia y Caetano Veloso,
sueños de una noche brasileira
Madrid. J. I. G.
La noche traía suavidades morenas, brisa de un mar que
Madrid atesora en la memoria deseada. El Santo Patrono, por fin, había
extendido su manto milagroso y el tiempo abría, invitador, sus abanicos de
pausa y de fiesta. El Palacio de los Deportes cerró anoche sus cortinones
isidriles con una velada brasileña, en baza de hermanos: Maria Bethânia y
Caetano Veloso, dos ídolos allí donde el ritmo es de azúcar y las caderas de
las muchachas flor de vértigo y vaivén.
María es alta y delgada -quizá como su madre, aventura el
coplero- y tiene una voz ancha y profunda, caudalosa –amazónica, apestilla el
geógrafo-. Embutida en un vestido blanco con vuelo y el talle refulgente de
lentejuelas plateadas, descalza, esencial, con la oscura melena desbocada sobre
los hombros, Maria Bethânia hizo olvidar el deficiente sonido del velódromo y
lanzó sobre el tapete nocturno teoremas de terciopelo.
El Palacio estaba prácticamente lleno y el público,
rendido, no escatimó aplausos a esta mujer, que, arrodillada, entonó su plegaria,
olas antiguas golpeando contra el casco de la conciencia. “Miña mai” – el grito
ancestral, sentencia el jungiano-. Después, el solo enunciado de un nombre,
“Bahia”, provocó el sortilegio y los pies se encadenaron al compás, urgidos por
tópicas palmeras cadenciosas. Una pausa, y Maria Bethânia procedió al cambio de
vestido, de la falda al pantalón, con camisa anudada sobre el ombligo. Todo
blanco, y el mismo calzado; el pelo, recogido en un moño. Pau de arara, dice, y
el sueño fragua sus coartadas de seda antes de entregarse al capricho de la
samba.
Tras un descanso protestado por el respetable, irrumpió
trepidante el hermano. Caetano Veloso, también de blanco y blanco, salpicó su
que será preguntón con latigazos eléctricos de “rock”. El cantante brasileño,
el número uno de su país, según piensan muchos, practica una suerte de ducha
escocesa, alternando los mazazos vanguardistas con las intimidades mecidas
entre las cuerdas de la guitarra.
Después de pasar de puntillas sobre las dunas de la
“bossa”, quiso demostrar que Jamaica no está demasiado lejos de Brasil –cierto
es, preconiza el agente de viajes- y se aupó a los lomos del “reggae” juguetón.
Caetano es un gran cantante, imaginativo, versátil, capaz de pasar de la
proclama a la confidencia, divertido. Anoche evidenció su -¿cómo decirlo?, se
inquieta el dubitativo- modernidad, sin duda.
Un goloso impaciente gritó: “Samba”, despistado por la
avalancha de sonido convocada por Veloso. Imaginen que, es sólo un ejemplo, en
una actuación por tierra extraña que dice la copla alguien increpa a Miguel
Rios: “¡Fandango!”. Pues lo mismo. Parte del respetable quería marcha y
“brasileñeidad”, y Caetano hubo de recurrir al cálido remedio de la “bossa”. A
la hora de cerrar estas páginas seguía ofreciendo su aluvión de destellos.
EL PAÍS
Crítica: 'FOLK'
SAN ISIDRO 1985
La magia de Maria
Bethânia y Caetano Veloso
Antonio
Gómez
20 de mayo de 1985
Hay una especie de deformación o de responsabilidad
profesional que lleva al crítico a la triste paradoja de no poder disfrutar de
lo que, teóricamente, le gusta. La necesidad de seguir con un cierto
distanciamiento los recitales, incluso la necesidad de tomar notas o apuntar
sugerencias, obliga a no sumergirse en la música que se está escuchando a
pensar más en lo que hay que escribir mañana que a gozar de lo que se ve y
escucha en el presente. No obstante, hay ocasiones, cuando algo te atrae tanto
que no te puedes despegar de ello, en que ambas personalidades, la de crítico y
la de simple espectador, se pelean y hay que elegir el camino a tomar. En el
recital de Maria Bethânia y Caetano Veloso, este crítico guardó la libreta y el
bolígrafo en el bolsillo a la tercera canción. La música brasileña, considerada
en su conjunto, ha realizado algo prácticamente único en el mundo: elaborar un
lenguaje musical propio, que no debe nada a ninguna música anglosajona,
especialmente al rock, aunque haya sido influido por él, de la misma manera que se ha dado la
influencia inversa. Si en muchos casos han llegado a resultados similares no ha
sido tanto por imitación como porque se han seguido caminos y evoluciones
similares. Un lenguaje musical de raíz negra, fluido, dúctil, que permite toda
la gama de posibilidades rítmicas y melódicas. Un lenguaje creado por artistas
como Ary Barroso, Vinicius de Morâes, Antonio Carlos Jobim, Joâo Gilberto,
Chico Buarque, Gilberto Gil y tantos otros, que estalló con toda brillantez en
el recital.
Con dosis similares de profesionalidad e inspiración, Maria
Bethânia (Bahía, 1946) bailó y cantó sobre el escenario con el entusiasmo de
quien lleva toda la vida cantando y sigue disfrutando de ello. Es no sólo una
de las mejores voces de Brasil, sino sobre todo una cantante que hace
inequívocamente suyas las canciones que interpreta, aunque no hayan sido
compuestas por ella; capaz de alcanzar la intensidad y el dramatismo de Janis
Joplin o la ternura de Violeta Parra, en un estilo denso y sin fisuras que no
debe nada a nadie.
Variedad
de registros
Caetano Veloso (Bahía, 1942) es su hermano, y además un
compositor y cantante de auténtica talla creativa. Cantando sólo con su
guitarra o acompañado por un grupo de músicos sólidos, de técnica irreprochable
y escuela de primera, su recital fue una sucesión de buenas canciones,
expresadas con una variedad de registros musicales que no se diluye en un
simple amasijo de formas, sino que constituye un todo coherente, de cuidada estructura
y arrollador atractivo.
Una presencia en escena inquietante y ambigua de ambos
hermanos contribuyó a la magia de la noche. El público, que llenaba una vez más
el local, supo verlo a la perfección. El entusiasmo fue la nota dominante de
esta fiesta brasileña en los sanisidros madrileños.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes,
20 de mayo de 1985
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